Dar forma

Soy otro, los cuentos de antaño ya no son los míos, me preceden casi dos años de escritura, de práctica consiente e inconsciente, de diarios que se acumulan, de documentos que se amontonan, una montaña de trabajo y las montañas no se mueven solas. Me doy un respiro, la compilación de textos se vuelve una gozosa tortura. Hay sobre todo mucho qué corregir, un proceso de selección, de crítica, de consideraciones estilísticas y personales. Hay cuentos que no me representan, que al leerlos no me revelan sino vergüenza, el conflicto con mi yo del pasado, aquel aficionado a la lectura. El oficio de vivir toma tiempo, escribir toma todos los años y las vidas que hagan falta. No se nace escritor, se predispone de sí mismo para llegar a serlo. No todos hemos sido parte de la alta burguesía, los hombres y mujeres proclives a las letras por derecho de cuna, por la ausencia de dificultades del tipo económico. Se debe buscar el tipo de escritor que se quiere ser, se tiene que tomar una piedra gigantesca y darle forma con el cincel de palabras, aguantar la postura, la silla cada vez menos cómoda, el tiempo alejado del mundo que resuena a través de la ventana. La escultura toma forma todos los días. Yo apenas he logrado darle forma a una uña, me queda la mano y el resto del cuerpo. Me faltan muchos años, consciente de que el escritor tiene más años, allá por sus treintaicinco, antes de la cuarentena de vida si tengo suerte. Lo importante es no dejarse vencer por la renuncia, por lo fácil que resulta el no escribir, el leer como ocupación favorita, que leer es muy fácil, pues ahí está todo sin que tenga que sacarlo de mí mismo mismos, el libro como representación de un todo. En cambio el artista, el apenas principiante, debe trabajar todos los días, comprometerse con su arte, el mundo que lleva dentro y que clama por tomar una vertiente como salida. Las ofensas de la vida son detonadores, sacan tanto lo mejor como lo peor de nosotros. El avenir me dará la respuesta, me dará cuenta de su rechazo ante mis penas presentes, esta lucha entre dos calvos por un peine.

Tendrás penas más profundas, la anunciación de la frágil salud de mamá, su visita al médico, un fibroma en un pulmón, el dolor de espalda, un cáncer, ojalá que no sea un cáncer lo que ponga a mamá de rodillas contra el dolor de vivir. Eso debería preocuparme, los achaques de mamá, su constitución delicada, sus taquicardias, sus órganos desgastados por tantos medicamentos, por haber llevado una vida en casa, ama de casa, nunca dueña de su vida y de su cuerpo. Por eso debo apurarme, no dejar que mamá parta sin saber que su hijo ha cosechado uno o dos triunfos, mamá orgullosa de ver que su hijo ha publicado, que ahora hay un libro con su nombre y sus dos apellidos porque no iba a dejar que el apellido de su madre no se viera eternizado por la imprenta. Apurar el paso, mucha esperanza se necesita para creer que puede ser este año, que el premio se me dará, que no habrá otro más que yo. Nada puedo saber. Sé sentirme orgulloso de lo hasta ahora alcanzado, de seguir por la senda personal de la literatura, mi memoria frágil, mi ávido lector con sus libros hasta por debajo de las sábanas. Soy encuentro y desencuentro; gloria y tragedia; sumisión y venganza. Vale más tomarse en serio el oficio, no dejar doblegarse por la academia, revirar el golpe, golpear fuerte, incapacitante. Ya tendré el lugar que se me ha prometido, la anunciación de éxito. Ahora debo darme a lo importante, al regreso a la semilla, a la madre que me quiere y que aun me quiere de vuelta.

No puedo regresar, ojalá pudiese hacerlo para que ella se preocupara menos. La acabo de llamar, mi niño, me dice, como siempre, yo el eterno hijo menor, el más chiquito dice ella. No me ha sorprendido el ya regresa, aquí nos haces falta. Ya es tarde, mamá, estoy en las últimas palabras, el conteo casi regresivo, definitivo mas no fatal. ¿Escuchas ya cercanos los pasos de la muerte con su guadaña? A ti, a papá les llegarán los últimos días cuando yo esté lejos, me enteraré del trágico porvenir durante la noche, durante un día cualquiera. Aquí es silencio, aquí no resuena la tele que allá siempre rompe con el silencio y les hace compañía. Pesa saber que regresaré para la despedida, el último adiós y no las vacaciones que prometimos darnos todos, la familia muy numerosa, la alegría de tenerlos todavía vivos, esa alegría de la que los demás no saben dar cuenta. Son ellos los presentes, los que te cuidan y me relevan la angustia de saberlos solos, desprotegidos, a su suerte. Estoy construyendo un sueño, escribiéndolo, llevándolo a cabo. Es lo único que me hace falta, ganar el premio para que se me reconozca como tal, para que se me dé un aplauso, una foto conmemorativa y un saludo. Pero esto son castillos en el aire, la imaginación que se desborda más allá de lo posible. Esto se parece a mis cuadernos, su natural continuación, su extensión en mi vida. Dividir la vida entre leer, escribir, releer, corregir, romper, reescribir. Pequeños pasos, crónica mínima de mi esfuerzo, una razón de ser, del sueño realizado para ya morir en paz, para dejar algo, para dejarme a mí en el recoveco de la eternidad, en un libro perdido, de muy pocos ejemplares que nadie va a comprar. Pero estará escrito, estará publicado, será la realización material de un sueño no soñado, de una vana aspiración. Será la verdad, será la luz ante tanta oscuridad, el regreso al vivir sin hastío, sin nausea, sin pesadumbre. Menos desasosiego, menos saudade, menos de esto y de lo otros y más alegría en pequeñas dosis. Qué dolor de espalda, viejo en su silla.

11/02/2021


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