Nada se resuelve

Pensé en irme directo a la cama y dejar la página vacía, en blanco, lista para ser escrita mañana, pero no pude, me quité el sueño de encima de los párpados, dejé de lado el libro que estaba leyendo y tomé el ordenador para escribir quién sabe qué. Decir que he fallado en mi tentativa por reparar el mundo, el pequeño, el de mi apartamento y la fuga de agua de la taza de baño. Todo partió de un mal diagnóstico, seguro de que era el tubo de PVC que conecta la salida de la taza de baño con el drenaje, sencilla tarea cambiarla. Compré la pieza de repuesto, confiado de que en unos minutos iba a poner fin a mis problemas y, al jalar de la cadena, gran decepción, pues el agua seguía fugándose. Por qué, me preguntaba, qué es lo que está fallando, no es ésta la talla de la pieza, pero si es idéntica a la que acabo de quitar. La quito y la vuelvo a poner, jalo de la cadena y de nuevo la fuga. Pensé fuera de la caja, por qué hay agua en este punto si se supone que la fuga viene de la parte que da al drenaje… descubro el problema, el agua venía de entre la taza y el tanque, el empaque inservible. Claro, me digo, si la fuga viniese del tubo que da al desagüe habría restos de excremento y orina por todo el piso. Voy de nuevo a la ferretería, empaque y manguera en mano para no equivocarme de producto y de talla. No encuentro lo que busco, pido el consejo de un especialista en la tienda, hombre más joven que yo que sabe el nombre de las cosas pero que ignora cómo realizar un trabajo mínimo de plomería. No sabe nada del empaque que me hace falta, es urgente, le digo, tengo una fuga de agua y él lo siento, no tenemos ese tipo de empaque. Bueno, al menos tengo la manguera. Paso por segunda vez a la caja en menos de dos horas, pago caro por los productos, recorro el camino a casa —también por segunda vez en menos de dos horas— y al llegar me doy cuenta de que el imbécil me ha dado una manguera que no me sirve. Bueno, no pasa nada, no tengo tiempo ni gana de ir a cambiarla, me las tendré que ingeniar con la manguera vieja pero funcional. Monto y desmonto el tanque de la taza, la fuga persiste, el agua se escapa por todas partes. Repito la operación con peores resultados. Al final termino renunciando, tiempo, energías y dinero perdidos. Llamo a mi casero, le explico lo que ha pasado, mis intentos frustrados, mi ánimo por lo suelos. Llame al plomero, me dice, es bueno y no es caro, téngame al tanto si necesita algo más. Llamo al plomero, no responde. Le envío un mensaje y luego me llama y le explico el problema, mi tentativa fallida de resolver el problema, y esta vez mi diagnóstico certero y unánime. Pasaré mañana, me dice, por la tarde. Muchas gracias, le respondo, me ha salvado, mañana festejo el año nuevo con unos amigos y no me imagino una noche con más dificultades que la cena. Esto último no se lo digo, me pasa por la mente junto con el temor de que el plomero no me resuelva el problema mañana. Ten fe —me rio— quizás vendrá listo con todos los materiales necesarios. Pero bien sé que las cosas no son así, que, como yo hice, primero es el diagnóstico y después se resuelve el problema, me dará cita para un día o dos después, y problema no resulto hasta que venga con todo lo necesario.

Después de contar las dificultades de mi mundo, la nimiedad de mi día y mi circunstancia, paso a hablar sobre S. Me ha respondido, tarde como de costumbre, como empezó a hacerlo desde que terminamos, desde que ya no era pieza clave en su vida. Me preguntó, como si lo hiciese a sí misma, por qué me he acordado de ella justo en este momento, por qué hoy o no ayer o no nunca. Si supiera que su recuerdo, a pesar de los años, se ha quedado constante en mi memoria, que no es fácil olvidar un amor como el suyo. Le digo que esa no es la pregunta exacta sino por qué decidí escribirle justo hoy, que yo también me lo pregunto. No le digo que fue porque vi una foto de ella con su familia en un restaurante muy parecido al que una vez fui con ellos, que luego he escrito en busca de la respuesta a esa pregunta y la he encontrado en las fotos de hace tres años, el viaje a Estrasburgo, la navidad juntos y el año nuevo. Por eso le he escrito, y no vale la pena traerlo a colación, hacer un llamado a la nostalgia, al recuerdo. Me conformo con saber que va bien, y es justo lo que me ha dejado en claro: un saludo, la extrañeza que le provoca mi mensaje, las gracias, los mismos deseos para mi fin de año. He cometido el error al responderle que le había escrito una o dos veces antes sin saber si esos mensajes llegaron, si ella llegó a responderlos. Ante lo que ella ha respondido con un bueno, no sé… y más nada, su mensaje no sigue, no dice, no quiere decir nada más, y es cuando me digo que la conversación ha terminado, que ninguna réplica vale la pena, que no puedo sacar nada más en claro de una mujer que ya me ha olvidado. Es mi justo castigo y recompensa, aprender a no acudir a los recuerdos pues para los otros es muy fácil echar recuerdos en el canasto del olvido. Ahora el silencio, si ella no lo rompe con algo más que un no sé quizás podremos hablar de veras, tener una conversación como si apenas nos conociéramos.

30 de diciembre 2020


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